Una pareja joven estaba de luna de miel. El esposo estaba sentado en el baño y se decía a sí mismo: “
¿Cómo puedo decirle a mi esposa que tengo los pies muy mal y que mis calcetines apestan absolutamente?
Me las arreglé para ocultárselo mientras salíamos, pero seguro que tarde o temprano lo descubrirá.
Mientras tanto, la esposa estaba sentada en la cama y se decía a sí misma:
“¿Cómo le digo a mi esposo que tengo muy mal aliento?
He tenido mucha suerte de ocultárselo mientras nos cortejábamos, pero tan pronto como haya vivido conmigo durante una semana, seguro que lo descubrirá.
El marido finalmente reúne el valor suficiente para decírselo a su esposa y entra en el dormitorio.
Se acerca a la cama, le rodea el cuello con el brazo, acerca su rostro al de ella y le dice: “Cariño, tengo una confesión que hacerte”.
Y ella dice: “Yo también, amor”.
A lo que él responde: “No me digas, te has comido mis calcetines”.