Hay un señor que tiene de oficio -que muy pocos elijen- de sepulturero.
Un día llega a la casa cansado, y le dice a la mujer:
– ¡ay!… tuvimos un día hoy!
Y la mujer, alcanzándoles las chancletas, le pregunta:
– … Este… ¿mucho trabajo?
– ¡Agg! Una cosa de locos.
– ¿Muchos finados?
– No -le dice el hombre- uno solo.
– ¿Pero no decís que tuvieron mucho trabajo?
– Sí -asiente el sepulturero-. Pero uno solo.
– Pero… ¿y qué?, ¿era tan gordo que te dió tanto trabajo?
– ¡No! -exclama- pero no sabés quién era el muerto…
– ¿Y quién era el muerto?
– El usurero del pueblo, el prestamista.
– ¿Y?
– Y que cada vez que lo bajábamos a la fosa la gente aplaudía y decía: ¡otra!, ¡otra!, y lo teníamos que sacar de vuelta.