Un día, un pescador estaba tumbado en una hermosa playa, con su caña de pescar apoyada en la arena y su línea solitaria lanzada hacia las brillantes olas azules.
Estaba disfrutando del calor del sol de la tarde y de la perspectiva de pescar un pez.
Por ese entonces, un hombre de negocios pasaba caminando por la playa, tratando de aliviar algo del estrés de su jornada laboral.
Se dio cuenta de que el pescador estaba sentado en la playa y decidió averiguar por qué este pescador estaba pescando en lugar de trabajar más duro para ganarse la vida para él y su familia.
“Así no vas a pescar muchos peces”, le dijo el empresario al pescador, “¡deberías estar trabajando en lugar de tumbado en la playa!”
El pescador miró al empresario, sonrió y respondió: “¿Y cuál será mi recompensa?”
“¡Bueno, puedes conseguir redes más grandes y atrapar más peces!”, fue la respuesta del empresario.
«¿Y entonces cuál será mi recompensa?», preguntó el pescador, todavía sonriendo.
El empresario respondió: “¡Ganarás dinero y podrás comprar un barco, lo que te permitirá capturar más peces!”
«¿Y entonces cuál será mi recompensa?», preguntó de nuevo el pescador.
El empresario empezaba a irritarse un poco con las preguntas del pescador.
“¡Puedes comprar un barco más grande y contratar a algunas personas para que trabajen para ti!”, dijo.
«¿Y entonces cuál será mi recompensa?», repitió el pescador.
El hombre de negocios se estaba enojando.
¿No lo entiendes? ¡Puedes construir una flota de barcos pesqueros, navegar por todo el mundo y dejar que todos tus empleados pesquen por ti!
Una vez más el pescador preguntó: «¿Y entonces cuál será mi recompensa?»
El empresario, rojo de rabia, le gritó al pescador: “¡¿No entiendes que puedes hacerte tan rico que nunca más tendrás que trabajar para vivir?! Podrás pasar el resto de tus días sentado en esta playa, contemplando el atardecer. ¡No tendrás ninguna preocupación en el mundo!”.
El pescador, todavía sonriendo, miró hacia arriba y dijo: “¿Y qué crees que estoy haciendo ahora?”