Hay un vendedor ambulante al que le encanta jugar al póquer.
En cada pueblo que visita, se las arregla para encontrar una partida.
Una noche le llevan a la parte trasera de una taberna, y sentado entre los lugareños hay un pastor alemán.
El tipo se sorprende al ver un perro en una mesa de póquer,
pero el perro parece comportarse muy bien, así que el vendedor se sienta a jugar.
Al cabo de una hora, el vendedor y el perro se enfrentan. El vendedor sube,
el perro también sube, el vendedor vuelve a subir y el perro iguala.
El vendedor muestra su mano: tres reinas.
El perro muestra su mano: color.
El vendedor está tan impresionado que ni siquiera se enfada por haber perdido la mano.
“¿Sabes?”, le dice a uno de los lugareños, “ese perro no sólo sabe jugar, sino que es muy bueno”.
“Sí”, dice el lugareño. “Juega bien, pero normalmente le ganamos”.
“¿Es cierto?”, dice el vendedor.
“Sí”, dice el lugareño. “Siempre que tiene una buena mano, mueve la cola”.